Trescientos sesenta y cinco días, un año. Cuando proyectaba viajar y cumplir uno de mis sueños, el país exploto otra vez (un recurrente en esta economía y ubicación geográfica). Pospuesto el viaje, apareció una posibilidad tentadora; cuando una puerta se cierra, otra se abre (resonaba esa frase de autoayuda de alguna serie en mi cabeza, reí bastante) pero así fue. La posibilidad de independizarse, dejar la comodidad de mis viejos y tener un lugar propio, un techo y paredes. Aprendí a convivir con el silencio y mis formas, no necesite viajar al Himalaya para encontrar un redescubrimiento personal, solo necesite estar solo. Soy un privilegiado por tener esta posibilidad y quiero dar infinitas gracias a mi familia por ayudarme a dar los primeros pasos en un lugar absolutamente vacío. En este transcurso del tiempo, convertí la casa en un hogar; trabajo hormiga en los detalles. Hoy, no creo que pueda volver a lo que fui, abandonar mis silencios. Pero las transformaciones son así, normalmente no tienen vuelta atrás y no me arrepiento de ello. Hoy tengo mi hogar.
Quizá por eso sean tan duro los cambios, porque como vos decís, no hay vuelta atrás.
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