lunes, 23 de septiembre de 2019

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La pureza de la niñez, al crecer, se va perdiendo. Las fantasías requerían menos alimento, tan poco que una cuchara larga era la famosa excalibur, lista para salvar al reino de los demonios peluches que lo terrorizan. Al crecer, dejamos de lado esa capacidad y la reemplazamos por, según nosotros, cosas útiles. Códigos de etiqueta, explicaciones racionales, economización del tiempo o simplemente "no ser un niño". ¿Pero como recreamos eso? Al crecer, también, reemplazamos esa fantasía por acción, cuando necesitamos sentir. Hacemos cosas con el fin de que nos produzcan algo (ya no es un juego que fluye libremente, es un fin determinado) El fin justifica el movimiento y no es el movimiento que nos lleva a un fin. Buscamos sexo, para sentir pasión o reunirnos para sentirnos comunidad. Robots de la pertenencia, nunca puros, nunca libres. Capaz eso no debería ser crecer

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