Pestañe entrando en un estado de sueño pesado, la puerta al
mundo irreal de las fantasías y allí me encontraba; en un cuarto donde un tajo
de luz salido de una tele cortaba con la oscuridad total, iluminando la cara de
un nene de nueve años. El nene estaba jugando a la play, para ser más exacto al
Final Fantasy Tactics (si con ese dato no se dieron cuenta aun queridos
lectores, ese nene era yo). Me senté a mi lado, viendo como jugaba (bastantes
movimientos reprochables y sin sentido que llevaban a un "¡Ufa! y resetear
el juego, una y otra vez) tome el joystick y resolví varios niveles con la
practicidad que me enseño la experiencia hasta que note la incomodidad y
fastidio del pequeño caprichoso(A fin de cuentas le estaba enseñando como hacer
las cosas de forma correcta) "¿Que pasa?" fue el detonante para sus
reproches "A mí no me gusta este que usas, quiero el otro. ¿Por qué vas
por ahí?. Ese nivel era lindo, tendríamos que repetirlo. ¿Vos siempre haces las
cosas aburridas?". Y ahí estaba yo, enseñándome a no ser divertido, a ser pragmático,
a ser un resultadista. Y ahí estaba yo, mostrándome que perdí lo importante,
que ponderaba resultado por alegría, gozo por eficacia, tristeza por una pseudo
adultez. Lo último que recuerdo del sueño fue que me dijo "¿Querés que te
enseñe a jugar?", cosa que había ya había logrado.