La daga se hundió en su pecho, la sangre teñía su acero de
un carmesí fueguino mientras el puñal salía de su cuerpo. Los ojos dispares que
tanto miedo daban, su boca prominente junto a unos dientes chuecos y
amarillentos. Esa cara hacia su última mueca de dolor, esa cara que hacia
gritar a las doncellas, llorar a los niños y temer a las madres. Esa cara a la
cual nunca miraban los nobles señores. La noche en que el caos se desato, la
mala fortuna y los prejuicios terminaron el fuego de una vida. La pobre alma
desdichada que nunca encontró bondad en la vida, tampoco la encontró en la
muerte. Esa noche el monstruo se convirtió en héroe, en un héroe vitoreado por
doncellas y personas bien. El error encontró culpable y nadie se opuso al
veredicto divino del prejuicio . El crimen se resolvió, el pueblo bailo y los
bardos cantaron la historia del galante caballero y el horroroso monstruo. Esa
noche nadie lloro.
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