Paula tenía la costumbre de gastar mucho dinero en cosas rotas, cosas
que alegaba necesitar aunque sabía que no era cierto, gastando el dinero
de un laburo que odiaba pero no podía dejar.
Su necesidad por
reparar todo lo agrietado era un mero reflejo de su persona, ya saben lo
que dicen, un roto siempre busca a otro roto para repararse.
Lo
mismo sucede con su persona, viviendo sin pena y sin gloria hasta
encontrar a alguien a quien reparar; compartiendo meriendas, borracheras
y lagrimas, sin entender hasta donde repara quien a quien y eso estaba
bien para ella, algunos días sentía que moría cuando sus rotos hablaban
con otros rotos, que era insignificante y transitoria, que no estaba a
la altura de las expectativas de los otros y eso estaba bien ¿quien
querría pasar el tiempo con alguien como ella? se sentía egoísta, aunque
no expresaba sus problemas; se sentía tacaña aunque con su poco dinero
siempre trataba de comprar cosas para los demás; se sentía horrible de
todas las perspectivas posibles aunque nunca pudo ver su reflejo con un
poco de amor, como lo hacían algunos.
Atrapada en esto, tenia la
tendencia a romper cualquier cosa que se acercara a ella, solamente para
sentirse un poco a la altura (¡Pobre Paula! pobre...) Pobre porque
soñaba más que ninguno, porque sus ganas de crecer eran mayores que las
de todos, porque sus ganas de estar bien eran iguales a las mías.
Al final del día lloraba, al principio del día lloraba; pero terminaba los días.
Allá va Paula a cursar, después de laburar. Allá va Paula, rota, parada
frente a la vidriera, viendo esa cajita musical para su amiga; por si
aquella le vuelve a hablar algún día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario