jueves, 29 de junio de 2017

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Paula tenía la costumbre de gastar mucho dinero en cosas rotas, cosas que alegaba necesitar aunque sabía que no era cierto, gastando el dinero de un laburo que odiaba pero no podía dejar.
Su necesidad por reparar todo lo agrietado era un mero reflejo de su persona, ya saben lo que dicen, un roto siempre busca a otro roto para repararse.
Lo mismo sucede con su persona, viviendo sin pena y sin gloria hasta encontrar a alguien a quien reparar; compartiendo meriendas, borracheras y lagrimas, sin entender hasta donde repara quien a quien y eso estaba bien para ella, algunos días sentía que moría cuando sus rotos hablaban con otros rotos, que era insignificante y transitoria, que no estaba a la altura de las expectativas de los otros y eso estaba bien ¿quien querría pasar el tiempo con alguien como ella? se sentía egoísta, aunque no expresaba sus problemas; se sentía tacaña aunque con su poco dinero siempre trataba de comprar cosas para los demás; se sentía horrible de todas las perspectivas posibles aunque nunca pudo ver su reflejo con un poco de amor, como lo hacían algunos.
Atrapada en esto, tenia la tendencia a romper cualquier cosa que se acercara a ella, solamente para sentirse un poco a la altura (¡Pobre Paula! pobre...) Pobre porque soñaba más que ninguno, porque sus ganas de crecer eran mayores que las de todos, porque sus ganas de estar bien eran iguales a las mías.
Al final del día lloraba, al principio del día lloraba; pero terminaba los días.
Allá va Paula a cursar, después de laburar. Allá va Paula, rota, parada frente a la vidriera, viendo esa cajita musical para su amiga; por si aquella le vuelve a hablar algún día.

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