La niña se despertó aturdida con su mejilla brillante, signo
de algún sueño profundo, cuando miró por tercera vez el reloj entendió el
tiempo, las horas cobraron sentido ¡y se le hacía tarde!.
Su pie se enredo con la sabana y su cara encontró el piso, la
sangre broto de su labio partido mientras sus ojos se ponían cristalinos, de un
manotazo movió todas los pañuelitos descartables de su escritorio en busca de
su billetera que no estaba allí. Se tiraba de los pelos mientras el peso de su
cuerpo caía en el piso, estallando en un mar de lagrimas. Ahí estaba ella, sintiéndose
una fracasada, la vida la volvía a superar, estaba atrasada con la facultad que
no pisaba desde hace tres clases, odiaba su laburo pero más odiaba que el
dinero no alcance para sus cuentas. Después del pequeño permitido temporal para
estallar, se levanto del frio suelo y tomo su billetera del escritorio mientras
se mentía diciendo que era horrible al pasar por el espejo camino a la puerta.
Esa tarde regalo unas sonrisas detrás del mostrador a todo comprador, esa tarde
de hace tres meses no era distinta al día hoy; nadie salvo a Paula y ella
tampoco pudo creer en el mañana, hoy.
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